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Ansiedad escolar: señales de alerta, causas y cómo apoyar a tu hijo

imagen abstracta de familia y profesores dando apoyo emocional a la figura de un niño

Cada mañana de cole se repite la escena. Suena el despertador, el desayuno está listo y, de pronto, aparece un dolor de tripa, un dolor de cabeza o un «no quiero ir al colegio» dicho con lágrimas. A simple vista puede parecer una excusa, pero en muchos casos detrás hay algo más profundo: ansiedad escolar.

Desde Juan XXIII Chana vemos de cerca cómo el estrés académico, las relaciones con los compañeros, los cambios de etapa o la propia sensibilidad del niño pueden convertirse en una carga difícil de manejar. Por eso, en esta guía práctica explicaremos qué es exactamente la ansiedad escolar y en qué se diferencia de unos simples nervios. Después revisaremos síntomas y señales de alerta, las principales causas, las fases del estrés, su impacto en el rendimiento y la autoestima, y las consecuencias clínicas cuando no se atiende a tiempo. También compartiremos estrategias concretas para apoyar desde casa, el papel clave del centro educativo y herramientas que los propios niños y adolescentes pueden aprender.

La idea es sencilla: que al terminar de leer estas líneas sepas reconocer lo que está pasando, entiendas el porqué y tengas claro qué pasos dar.


Índice de contenidos


¿Qué es la ansiedad escolar?

Cuando hablamos de ansiedad escolar nos referimos a un conjunto de respuestas cognitivas, emocionales, físicas y conductuales que aparecen cuando el niño o adolescente percibe alguna situación relacionada con el colegio como amenazante o desbordante. No es solo estar nervioso antes de un examen, sino un malestar más intenso y persistente que se repite con frecuencia y afecta a su vida diaria.

Esta respuesta se expresa en varios planos que se conectan entre sí:

  • A nivel cognitivo aparecen pensamientos negativos y preocupación excesiva, como miedo al fracaso, miedo a hacer el ridículo o ideas del tipo «no voy a poder».
  • A nivel psicofisiológico el cuerpo se pone en alerta y surgen taquicardia, sudoración, dolor de estómago, tensión muscular o problemas de sueño.
  • En la conducta pueden verse evitación del colegio, irritabilidad, llanto, quejas físicas frecuentes o dificultades para relajarse.

Es importante distinguir entre el estrés normativo, esa activación normal y puntual ante un reto (por ejemplo, antes de un examen importante), y el estrés crónico. La ansiedad escolar aparece cuando esa respuesta:

  • se mantiene en el tiempo,
  • es desproporcionada a la situación y
  • empieza a interferir en el bienestar, en el rendimiento y en las relaciones del niño o adolescente.

La importancia de saber reconocer la ansiedad escolar

Los estudios señalan que los problemas de ansiedad y miedo relacionados con el colegio pueden afectar hasta a un 18 % de la población infantil y adolescente. Es decir, en cualquier aula de Granada, por ejemplo, hay varios niños que pueden estar sufriendo en silencio. A esto se suman situaciones concretas como la ansiedad por exámenes, la ansiedad social en la escuela o el miedo intenso al colegio, que muchas veces pasan desapercibidas.

Detectar a tiempo las señales de alerta de ansiedad marca una gran diferencia. Cuando intervenimos pronto:

  • el estrés escolar no llega a hacerse crónico,
  • disminuye el riesgo de rechazo escolar y fobia escolar,
  • se reduce la probabilidad de trastornos de ansiedad generalizada en niños o depresión, y
  • se protege el autoconcepto y la autoestima.

En cambio, si normalizamos el malestar o lo atribuimos únicamente a pereza o caprichos, el problema puede crecer y afectar a largo plazo al rendimiento académico, a las relaciones sociales y a la salud mental.

Desde los centros escolares, tenemos que apostar por un enfoque proactivo, observando e identificando cambios en el comportamiento, en el estado de ánimo o en el rendimiento, y manteniendo una comunicación constante con las familias para que nadie se sienta perdido ante preguntas como «cómo saber si mi hijo tiene ansiedad» o «qué hacer si mi hijo rechaza la escuela». Entender qué ocurre es el primer paso para poder ayudar de forma serena y eficaz.

Señales de alerta: cómo identificar la ansiedad escolar en tu hijo

La ansiedad no se presenta igual en todos los niños. Hay quien se queja de dolores físicos, quien se muestra irritable sin motivo aparente o quien deja de querer salir con sus amigos. Por eso es tan importante fijarse en cambios respecto al comportamiento habitual, especialmente cuando coinciden con el colegio, los deberes o los exámenes. Podemos agrupar las señales en tres grandes bloques para que sea más fácil identificarlas.

Síntomas físicos

Imagen que representa síntomas físicos de la ansiedad escolar (dolor de cabeza, malestar estomacal, tensión corporal)

Las manifestaciones físicas suelen ser las primeras en llamar la atención. El niño puede empezar a quejarse de dolor de estómago por las mañanas, náuseas, malestar abdominal o dolores de cabeza frecuentes justo antes de ir al colegio. Muchas familias escuchan cada día frases como «me duele la tripa» o «no me encuentro bien» sin que el pediatra encuentre una causa médica clara. Estas quejas somáticas son muy habituales en la ansiedad escolar.

También pueden aparecer síntomas cardiovasculares, como palpitaciones, sensación de corazón acelerado o sensación de ahogo al pensar en la clase, en el recreo o en una exposición oral. A veces se acompañan de sudoración excesiva, temblores, mareos, tensión muscular o sensación de cansancio constante, aunque el niño aparentemente haya dormido las horas suficientes.

Algunas señales físicas frecuentes son:

  • Dolores de tripa o de cabeza recurrentes antes de ir al colegio.
  • Náuseas, sensación de mareo o ganas de vomitar.
  • Palpitaciones, sensación de falta de aire o presión en el pecho.
  • Sudoración, temblores o tensión muscular.
  • Problemas de sueño y cambios llamativos en el apetito.

Los problemas de sueño y de alimentación son otra señal importante. El niño puede tener dificultad para conciliar el sueño, despertarse varias veces durante la noche, tener pesadillas relacionadas con el colegio o, por el contrario, dormir demasiado y seguir somnoliento. El apetito puede disminuir de forma marcada o aumentar como forma de calmar la tensión interna. Todo esto no es inventado ni «teatro»; es el cuerpo respondiendo al estrés escolar, y conviene prestarle atención.

Cambios emocionales y conductuales

Imagen que muestra cambios emocionales en la ansiedad escolar (tristeza, irritabilidad, nerviosismo)

En el plano emocional suele aparecer nerviosismo escolar casi constante. El niño o adolescente está más inquieto, salta a la mínima, se muestra irritable o con enfados desproporcionados por cosas pequeñas. Pueden verse cambios bruscos de humor, pasar de la risa al llanto con facilidad, o mantener una tristeza de fondo que no era habitual. También es frecuente la preocupación excesiva por el futuro, por las notas o por lo que puedan pensar los demás.

En cuanto a la conducta, una señal clara es el comportamiento evitativo. El niño busca excusas para no ir al colegio, finge estar enfermo o insiste en quedarse en casa. En los más pequeños se observa ansiedad por separación, con llanto intenso al dejarles en la puerta del centro, agarrarse con fuerza a la familia o expresar frases como «mi hijo tiene miedo al colegio» o «no quiero que te vayas». En los mayores puede aparecer ausentismo, retrasos frecuentes o peticiones constantes para que se les recoja antes.

Otros cambios que pueden aparecer son:

  • Morderse las uñas, rascarse la piel, tirarse del pelo o morderse los labios.
  • Aislamiento social, dejar de quedar con amigos o evitar el recreo.
  • Mayor conflictividad con compañeros y profesores por la irritabilidad.
  • Conductas regresivas, como hablar o comportarse como un niño más pequeño, buscar dormir con los padres o tener miedo a quedarse solo.

Dificultades cognitivas y de rendimiento académico

Imagen que ilustra el impacto de la ansiedad escolar en el rendimiento académico (dificultad de concentración y estudio)

La ansiedad afecta directamente al cerebro, por lo que no es extraño que aparezcan dificultades cognitivas. Muchos niños con ansiedad escolar cuentan que no logran concentrarse en clase, que se distraen con facilidad o que les cuesta terminar las tareas. Al sentarse a estudiar, la mente se llena de pensamientos intrusivos y preocupaciones, lo que reduce la capacidad de atención.

También pueden presentarse problemas de memoria, tanto para retener información nueva como para recordar lo estudiado. Un signo muy llamativo son los bloqueos mentales en los exámenes: el niño ha estudiado, pero al recibir la hoja se queda en blanco, su mente se bloquea y no consigue responder. Esto aumenta todavía más la ansiedad por los exámenes y refuerza el miedo al suspenso.

En el día a día, estas dificultades pueden verse como:

  • Bajada progresiva de notas sin una explicación académica clara.
  • Tareas sin terminar o entregadas tarde.
  • Comentarios como «da igual, voy a suspender igual» o «soy tonto para esto».

Es importante recordar que estos cambios no son señales de pereza ni de falta de capacidad, sino consecuencias del estrés mantenido sobre el cerebro del niño o adolescente.

Principales causas de la ansiedad escolar: entender el origen del problema

La ansiedad escolar no tiene una sola causa. Suele ser el resultado de la interacción entre las características personales del niño o adolescente y las demandas del entorno familiar y escolar. Comprender qué factores están actuando ayuda a dejar de buscar culpables y a centrarse en buscar apoyos y cambios posibles.

Presión académica y cultura de la competitividad

En muchos casos, la fuente principal de estrés es la presión académica. Un exceso de deberes, trabajos, proyectos y exámenes puede desbordar la capacidad de organización del niño, especialmente si no dispone de buenas técnicas de estudio, tal como sugiere una propuesta para la teoría sustantiva sobre la conexión entre el aprendizaje de las matemáticas y la programación. La sensación de no llegar a todo aumenta el estrés académico y hace que cada día de clase se viva como una carrera a contrarreloj.

A esto se suma el temor al fracaso. Algunos niños viven cada examen como una amenaza a su valor personal, temen decepcionar a sus padres o profesores y sienten que solo son válidos si sacan muy buenas notas. La comparación constante con compañeros, la cultura del «quién saca más» y ciertos mensajes en casa pueden reforzar este miedo. En otros casos es el propio estudiante quien se impone metas muy altas y se exige un nivel de perfección inalcanzable.

También influyen la sobrecarga de actividades extraescolares, la falta de tiempo libre y la sensación de que «todo cuenta para el futuro». En Juan XXIII Chana trabajamos para que el aula no sea un lugar de presión continua, sino un espacio donde se valora el esfuerzo, el proceso y el crecimiento personal por encima de una cifra en el boletín. Sabemos que reducir la ansiedad escolar pasa también por cambiar la forma de entender el éxito académico.

Dificultades en las relaciones sociales y el acoso escolar

Las relaciones con los iguales son una fuente muy potente de bienestar, pero también de estrés. La necesidad de ser aceptado por el grupo, de tener amigos y de no sentirse excluido puede generar mucha ansiedad, sobre todo en la adolescencia. Cuando un niño percibe que no encaja, que se ríen de él o que no cuenta con apoyos, el colegio se convierte en un lugar amenazante.

Los conflictos continuos, las burlas, las humillaciones o la violencia entre compañeros pueden desembocar en acoso escolar. En estos casos, la víctima vive una situación de miedo casi constante, espera el siguiente ataque y desarrolla un fuerte rechazo a asistir al centro. También puede aparecer ansiedad social en la escuela, con miedo a hablar en público, a salir a la pizarra o a participar en actividades grupales por temor a ser juzgado.

En Juan XXIII Chana tenemos un compromiso firme con un entorno seguro, inclusivo y respetuoso, con políticas claras de tolerancia cero hacia el acoso. Promovemos la empatía, el respeto y la ayuda entre compañeros para que ningún niño viva el colegio como un lugar peligroso.

Transiciones escolares y cambios en el entorno

Los momentos de cambio son especialmente sensibles. El paso de primaria a secundaria, el cambio de centro educativo o el propio inicio de la escolarización pueden despertar mucha inseguridad. Cambian los profesores, la forma de trabajar, los horarios y las expectativas, y esto puede aumentar el estrés académico y las dudas sobre la propia capacidad.

En los niños más pequeños es habitual la ansiedad por separación al comenzar el colegio o después de periodos largos de vacaciones. También influyen cambios importantes en la familia, como separaciones, mudanzas o el nacimiento de hermanos, que pueden desestabilizar al niño y aumentar su vulnerabilidad a la ansiedad.

Desde Juan XXIII Chana acompañamos de manera muy cercana estos procesos de transición. Diseñamos planes de acogida, explicamos con claridad lo que va a ocurrir y ofrecemos apoyo emocional para que el cambio se viva como una oportunidad y no solo como una fuente de miedo.

Factores personales y familiares

Cada niño tiene su propio temperamento. Algunos presentan desde pequeños un perfil más ansioso, son más sensibles a los cambios o tienden a preocuparse en exceso. Un bajo autoconcepto o experiencias previas negativas, como suspensos repetidos o conflictos sociales, también aumentan el riesgo de ansiedad escolar.

El modelo familiar influye mucho. Cuando en casa se vive con gran tensión, hay niveles altos de ansiedad o se transmiten mensajes de exigencia extrema, el niño puede interiorizar esa forma de ver el mundo. A veces, sin palabras, percibe que «no puede fallar» o que solo será valorado si «lo hace todo perfecto». Reconocer estos factores no significa buscar culpables, sino entender mejor el contexto para poder introducir cambios que alivien el malestar.

Las tres fases del estrés escolar: de la alarma al agotamiento

El estrés relacionado con la escuela no aparece de golpe en su forma más grave. Suele seguir un proceso que avanza por fases. Conocer estas tres etapas ayuda a identificar en qué punto puede estar nuestro hijo y a valorar la urgencia de la intervención.

De forma general, se describen tres fases:

  • Fase de alarma
  • Fase de resistencia
  • Fase de agotamiento

Fase de alarma: cuando el cuerpo reacciona

La primera fase es la de alarma. El estudiante se enfrenta a una situación que percibe como demasiado exigente, como varios exámenes juntos, conflictos en clase o un cambio importante. El cuerpo reacciona activando el sistema nervioso simpático y liberando sustancias como la adrenalina y el cortisol.

En esta etapa el niño puede sentirse «agobiado por mil cosas», con nerviosismo, tensión, dificultad para dormir la noche antes de un examen o dolores de cabeza leves. Es la clásica respuesta de «lucha o huida», adaptada al entorno escolar. Aunque hay malestar, el estudiante aún puede funcionar relativamente bien si cuenta con apoyo y estrategias adecuadas.

Fase de resistencia: la adaptación forzada

Si la situación de estrés se mantiene en el tiempo, el organismo entra en la fase de resistencia. El niño parece adaptarse a la presión, sigue yendo al colegio y cumple con sus tareas, pero lo hace a costa de un esfuerzo interno muy grande. El cuerpo intenta mantener un equilibrio aparente, pero este equilibrio es frágil.

Desde fuera puede dar la impresión de que «ya se ha acostumbrado» y que la ansiedad ha pasado. Sin embargo, suelen aparecer signos sutiles como irritabilidad, cansancio crónico, apatía o pérdida de interés por actividades que antes disfrutaba. Es una fase engañosa, porque puede llevar a minimizar la situación cuando, en realidad, se está produciendo un desgaste continuado.

Fase de agotamiento: el colapso del sistema

Cuando el estrés prolongado supera la capacidad de adaptación, llega la fase de agotamiento. Las estrategias que antes permitían al niño seguir adelante dejan de funcionar. El sistema de defensa colapsa y el malestar se hace evidente en todas las áreas de su vida.

En esta etapa pueden aparecer crisis de ansiedad, síntomas depresivos, rechazo escolar casi total, caída drástica del rendimiento y, en adolescentes, conductas de riesgo. El niño se siente agotado física y mentalmente, sin fuerzas para afrontar el día a día. Aquí la intervención profesional deja de ser una recomendación y pasa a ser una necesidad urgente.

El impacto de la ansiedad escolar en el desarrollo integral de tu hijo

La ansiedad escolar no se queda solo en el aula. Cuando se mantiene en el tiempo, afecta al desarrollo académico, emocional, social y físico del niño o adolescente. Por eso hablamos de impacto en el desarrollo integral, mucho más allá de las notas.

Deterioro del rendimiento académico y la motivación

Uno de los efectos más visibles es el deterioro del rendimiento académico. La ansiedad interfiere con funciones clave como la atención, la concentración, la memoria y la capacidad para resolver problemas. Un cerebro que está en alerta constante por miedo o preocupación tiene más dificultades para aprender y consolidar nueva información.

Con el paso de los meses suelen verse bajadas en las calificaciones sin una causa académica aparente. A esto se suma la pérdida de motivación: estudiar se asocia a malestar, el cansancio se acumula y la tolerancia a la frustración disminuye. Pequeños errores o suspensos puntuales se viven como catástrofes y refuerzan la idea de «no valgo para esto».

En Juan XXIII Chana trabajamos para que cada alumno vuelva a encontrar su propio sentido del aprendizaje. Diseñamos apoyos personalizados, cuidamos el tipo de evaluación y ofrecemos acompañamiento emocional para que el colegio recupere su sentido como espacio de crecimiento, y no de sufrimiento.

Daño al autoconcepto y la autoestima

La relación entre ansiedad escolar y autoconcepto es muy estrecha. Los niños y adolescentes que se perciben a sí mismos como poco capaces o poco valiosos tienen más probabilidades de desarrollar ansiedad, y la propia ansiedad deteriora todavía más esa imagen interna. Se crea así un círculo difícil de romper.

El autoconcepto académico se ve afectado cuando el estudiante comienza a verse como «torpe» o «incapaz», incluso aunque objetivamente tenga buenas capacidades. El autoconcepto social también se resiente: si hay conflictos o rechazo, el niño puede pensar que «nadie le quiere» o que «siempre molesta». El autoconcepto físico, ligado a la apariencia o a las habilidades deportivas, se vuelve más negativo en etapas como la adolescencia.

Todo esto va minando la autoestima general, ese sentimiento de ser suficiente y valioso. Cada suspenso, cada conflicto y cada síntoma de ansiedad se interpretan como una nueva prueba de que «no sirve». En Juan XXIII Chana consideramos prioritario reforzar un autoconcepto ajustado y una autoconfianza sólida, a través de actividades que ponen en valor las fortalezas de cada estudiante y de una mirada educativa que reconoce el esfuerzo, no solo el resultado.

Problemas en las relaciones sociales y el aislamiento

La ansiedad también tiene un impacto claro en las relaciones sociales. Algunos niños se vuelven más retraídos, evitan participar en juegos o trabajos en grupo y prefieren pasar el recreo solos. Otros, debido a la irritabilidad y al cansancio, se muestran más discutidores, responden mal o se meten en más conflictos.

Con el tiempo puede darse un aislamiento progresivo, que limita las oportunidades de practicar habilidades sociales tan importantes como la empatía, la asertividad o la cooperación. Se pierden posibles amistades y redes de apoyo, y el niño puede llegar a sentir que «no encaja en ninguna parte». Todo ello refuerza la ansiedad social y el miedo al juicio de los demás.

«Los niños aprenden mejor cuando se sienten seguros, valorados y respetados.»
– Idea compartida por numerosos expertos en educación y psicología

Consecuencias clínicas graves: cuando la ansiedad escolar se cronifica

Si la ansiedad escolar no se detecta ni se aborda a tiempo, puede acabar derivando en problemas de salud mental más graves, tal como evidencia un estudio sobre el estrés académico y el agotamiento académico en adolescentes que examina modelos mediadores moderados. La exposición continuada al estrés actúa como un factor de riesgo para el desarrollo de distintos trastornos de ansiedad, depresión y otras conductas desadaptativas. Es importante conocer estas posibles consecuencias para no restar importancia a las señales iniciales.

Fobia escolar y rechazo total al colegio

La fobia escolar es una de las consecuencias más limitantes. Se trata de una incapacidad total o parcial para acudir al centro educativo debido a un miedo muy intenso y poco realista hacia algún aspecto de la situación escolar, ya sea las clases, el recreo, un profesor concreto o el propio edificio. El simple hecho de pensar en ir al colegio dispara la ansiedad.

Suele haber una fuerte ansiedad anticipatoria los días previos, acompañada de muchos síntomas físicos como dolor de estómago, náuseas, mareos o palpitaciones. En ocasiones comienza de forma gradual, con quejas somáticas esporádicas y faltas puntuales; en otras aparece de manera brusca tras unas vacaciones, una enfermedad o un episodio de acoso. El impacto académico y social es muy grande, genera conflictos familiares y un gran sufrimiento para el niño. En estos casos es imprescindible una intervención profesional rápida y una estrecha coordinación entre familia y centro educativo.

Trastornos de ansiedad y depresión

La ansiedad escolar mantenida en el tiempo puede evolucionar hacia distintos trastornos de ansiedad. Uno de ellos son las crisis de pánico, episodios súbitos de miedo intenso acompañados de síntomas físicos muy llamativos: palpitaciones, sensación de ahogo, mareos, temblores o miedo a morirse o a perder el control. Son episodios muy desagradables que pueden generar un «miedo al miedo», es decir, temor constante a que vuelvan a suceder.

También puede aparecer un trastorno de ansiedad generalizada, en el que la preocupación excesiva no se limita a la escuela, sino que se extiende a muchos ámbitos de la vida del niño o adolescente. A esto se suma el riesgo de estados depresivos, que en estas edades pueden manifestarse como tristeza, irritabilidad, retraimiento social, cambios en el sueño y el apetito, falta de energía, autodescalificación y, en los casos más graves, ideas de muerte.

Acoso escolar y sus consecuencias devastadoras

El acoso escolar y la ansiedad mantienen una relación de ida y vuelta. Un clima escolar tenso aumenta la probabilidad de bullying, y el bullying, a su vez, dispara la ansiedad, la depresión y el rechazo al colegio. La víctima vive una situación de miedo permanente, esperando el siguiente insulto, empujón o aislamiento social.

Las consecuencias pueden ser muy serias: estrés postraumático, bajadas fuertes en el rendimiento, problemas de salud física mucho más frecuentes y pensamientos de que «merece lo que le pasa». Incluso los compañeros que presencian las agresiones, aunque no las sufran directamente, pueden desarrollar síntomas de ansiedad por miedo a convertirse en las próximas víctimas. En Juan XXIII Chana reforzamos diariamente nuestro compromiso de prevención y actuación inmediata ante cualquier indicio de acoso.

Consumo de sustancias como estrategia de afrontamiento desadaptativa

En la adolescencia, algunos chicos y chicas buscan aliviar su malestar recurriendo al consumo de sustancias como alcohol, tabaco o marihuana. Lo hacen con la idea de relajarse, «desconectar» o sentirse más seguros en situaciones sociales. A corto plazo pueden notar cierta reducción de la ansiedad, pero el coste es muy alto.

El consumo interfiere con las funciones cognitivas, empeora el rendimiento, afecta al estado de ánimo y puede generar dependencia. Así se crea un círculo en el que la ansiedad lleva a consumir, y el consumo genera más problemas y más ansiedad. Por eso es tan importante ofrecer alternativas sanas de afrontamiento antes de que se llegue a este punto.

Cómo apoyar a tu hijo desde casa: estrategias prácticas para las familias

La familia es el primer lugar donde el niño aprende a mirar el mundo y a mirarse a sí mismo. Cuando aparece la ansiedad escolar, el papel de madres, padres y demás cuidadores es clave. No se trata de tener todas las respuestas, sino de ofrecer presencia, escucha y coherencia en el día a día.

Crear un entorno de apoyo emocional y comunicación abierta

Imagen que destaca el apoyo emocional para la ansiedad escolar (acompañamiento de familiares o profesionales)

Lo primero es validar las emociones del niño. En vez de responder con frases como «no es para tanto» o «no exageres», ayuda más decir «entiendo que estés muy nervioso» o «veo que esto te preocupa mucho». Reconocer lo que siente no significa darle la razón en todo, pero sí le transmite que no está solo con su miedo.

Un recurso útil es sustituir ciertas frases habituales por otras más constructivas:

  • En lugar de «no pasa nada, es una tontería», probar con «para ti sí que pasa algo, cuéntame qué es».
  • En lugar de «tienes que ser más fuerte», usar «vamos a pensar juntos cómo puedes afrontar esto».

La escucha activa es otro pilar. Reservar momentos tranquilos para preguntar cómo se siente en el colegio, qué le preocupa, cómo se lleva con sus compañeros o qué es lo que más le cuesta, y escuchar sin prisas ni juicios, permite que se abra. A veces no necesita soluciones inmediatas, sino sentir que alguien le comprende.

Al mismo tiempo, conviene evitar la sobreprotección: podemos acompañar y dar apoyo, pero no eliminar todos los retos, porque también necesita aprender a enfrentarse a ellos poco a poco. La aceptación incondicional es fundamental. Transmitirle que es querido y valioso independientemente de sus notas o de sus errores le dará una base segura desde la que afrontar las dificultades. En Juan XXIII Chana promovemos una relación cercana familia-escuela para que esta red de apoyo sea coherente y fluida.

Establecer expectativas realistas y celebrar el esfuerzo

Muchas veces, sin darnos cuenta, la forma de hablar de los estudios aumenta la presión. Si todas las conversaciones giran en torno a las notas, los suspensos y las comparaciones, el niño puede sentir que su valor depende exclusivamente de sus resultados académicos. Por eso es importante revisar las expectativas familiares.

Ayuda mucho valorar el esfuerzo y el progreso, no solo el resultado final. Elogiar el tiempo dedicado, la constancia o la mejora respecto a evaluaciones anteriores transmite un mensaje diferente al de «solo importa el diez». También es recomendable marcar metas alcanzables, pequeños objetivos concretos que le permitan ir ganando confianza paso a paso.

Otro punto clave es evitar comparaciones con hermanos, primos o compañeros. Cada niño tiene su ritmo, sus talentos y sus dificultades. En Juan XXIII Chana celebramos esa diversidad individual y buscamos que cada estudiante pueda brillar desde sus propias fortalezas.

Promover hábitos de vida saludables y rutinas estables

El cuerpo y la mente están profundamente relacionados. Un niño con problemas de sueño, alimentación desordenada y sedentarismo tendrá más dificultades para regular sus emociones y manejar el estrés. Por eso, desde casa se puede hacer mucho mediante hábitos sencillos.

Algunas pautas básicas que ayudan son:

  • Establecer horarios regulares de sueño, evitando pantallas al menos una hora antes de acostarse.
  • Cuidar una alimentación equilibrada, con horarios estables y evitando el abuso de azúcares y estimulantes.
  • Fomentar la actividad física regular, como paseos, juego activo o deporte adaptado a su edad.
  • Mantener rutinas predecibles, con tiempos claros de estudio, de ocio y de descanso.

Desde Juan XXIII Chana promovemos este enfoque de desarrollo integral, donde el bienestar físico y emocional van de la mano del aprendizaje académico.

Enseñar técnicas de manejo del estrés y autorregulación

Los niños y adolescentes pueden aprender herramientas concretas para manejar mejor la ansiedad. Es muy útil practicar en casa ejercicios de respiración diafragmática, respirando de forma lenta y profunda, notando cómo se hincha y se deshincha el abdomen como si fuera un globo. Hacerlo juntos antes de dormir o antes de un examen importante puede convertirse en un ritual tranquilizador.

Otra técnica sencilla es la relajación muscular progresiva, en la que se tensan y relajan distintos grupos musculares para notar la diferencia entre tensión y calma. También pueden introducirse pequeñas prácticas de atención plena, como prestar atención durante unos minutos a los sonidos de la casa, a la respiración o a los propios pensamientos sin juzgarlos.

En el plano cognitivo, se puede ayudar al niño a cuestionar pensamientos catastrofistas del tipo «seguro que suspendo» o «todos se van a reír de mí». Preguntas como «¿ha pasado siempre así?» o «¿qué le dirías a un amigo que pensara eso?» ayudan a verlo desde fuera. En Juan XXIII Chana integramos muchas de estas técnicas de autorregulación emocional en nuestro proyecto educativo para que el alumno tenga recursos propios dentro y fuera del aula.

El papel fundamental del centro educativo en la prevención y el apoyo

La familia no puede ni debe hacerlo todo sola. El centro educativo es un pilar clave en la prevención de la ansiedad escolar y en el acompañamiento cuando aparece. La coordinación entre ambos entornos multiplica las posibilidades de mejora y envía al niño un mensaje claro de apoyo conjunto.

Fomentar un clima escolar positivo, seguro e inclusivo

Un colegio que cuida el clima de aula reduce de forma directa el estrés escolar. Es esencial contar con políticas claras frente al acoso, con medidas de prevención, detección y actuación rápida ante cualquier señal de bullying. Pero no basta con tener un protocolo escrito; hace falta trabajarlo día a día con el alumnado.

Promover el respeto, la empatía y la inclusión es una tarea que se construye en cada clase, en cada recreo y en cada actividad. Reconocer y valorar las diferentes formas de aprender, las distintas culturas y personalidades ayuda a que todos los niños se sientan parte del grupo. También es importante atender a la neurodiversidad, adaptando las metodologías a las necesidades específicas de cada alumno para que nadie se sienta «menos capaz».

En Juan XXIII Chana, con más de cincuenta años de historia en Granada, hemos ido construyendo un ambiente donde muchos padres describen el centro como «una gran familia». Esa cercanía, seguridad y buen trato son la base para que los estudiantes afronten los retos académicos con mayor serenidad.

Integrar la educación emocional en el currículo

La mejor prevención de la ansiedad escolar pasa también por educar en emociones. Enseñar a los niños y adolescentes a identificar lo que sienten, a ponerle nombre y a expresarlo de forma adecuada les da una herramienta poderosísima para toda la vida. Trabajar la empatía, la gestión de la frustración y la resolución pacífica de conflictos forma parte de esta tarea.

Los programas de educación emocional pueden incluir actividades sobre cómo manejar el enfado, cómo pedir ayuda, cómo relajarse antes de un examen o cómo comunicarse de forma asertiva. También se pueden desarrollar proyectos que refuercen la autoestima y el autoconcepto positivo, por ejemplo, identificando fortalezas personales o compartiendo logros en grupo.

En Juan XXIII Chana integramos la educación emocional y la regulación emocional como ejes centrales de nuestra metodología innovadora. Nos gusta decir que educamos desde el corazón, porque sabemos que sin este trabajo interior el aprendizaje académico se resiente.

Adaptar las metodologías de enseñanza y evaluación

El modo en que se enseña y se evalúa tiene un impacto directo en la ansiedad por exámenes y en el estrés académico. Cuando todo el peso recae en pruebas puntuales, la presión es mucho mayor. Por eso es recomendable diversificar los métodos de evaluación, combinando exámenes con proyectos, trabajos en grupo, presentaciones orales o evaluación continua.

Un feedback constructivo y positivo también ayuda mucho. Señalar las fortalezas, acompañar las áreas de mejora y transmitir que el error forma parte del aprendizaje reduce el miedo a equivocarse. Además, personalizar el aprendizaje en la medida de lo posible, adaptándolo al ritmo y estilo de cada estudiante, hace que muchos niños dejen de sentirse «fuera de juego».

En Juan XXIII Chana apostamos por metodologías activas, participativas y personalizadas. Queremos que cada alumno sienta que tiene un lugar y una forma de aprender en la que puede dar lo mejor de sí mismo sin vivirlo desde la angustia.

Capacitar al profesorado y establecer protocolos de detección

Para que todo esto sea posible, es fundamental que el profesorado cuente con formación en salud mental infantil y juvenil. Saber reconocer las señales de ansiedad, diferenciar entre nervios pasajeros y malestar significativo, y conocer pautas básicas de apoyo emocional en el aula marca una gran diferencia.

También es clave la coordinación con el departamento de orientación, que puede valorar cada caso con más profundidad y proponer medidas específicas. Disponer de protocolos claros de actuación ante la ansiedad escolar, compartidos por todo el claustro, permite responder de forma rápida y coherente cuando se detecta un problema.

En Juan XXIII Chana contamos con un equipo educativo comprometido y en formación constante. Nuestro objetivo es que ningún niño pase desapercibido y que las familias sientan que, al cruzar la puerta del colegio, dejan a sus hijos en buenas manos.

Estrategias de afrontamiento que tu hijo puede aprender y practicar

Además del apoyo familiar y escolar, es importante que los propios niños y adolescentes se sientan con cierto control sobre lo que les pasa. Enseñarles estrategias de afrontamiento les ayuda a ganar seguridad y a desarrollar resiliencia frente a futuras situaciones de estrés escolar.

Técnicas de respiración y relajación

Imagen que presenta técnicas de relajación para la ansiedad escolar (respiración, relajación muscular)

La respiración diafragmática es una herramienta sencilla y muy eficaz. Con los más pequeños se puede usar la imagen del «globo en la barriga»: al inspirar por la nariz, el abdomen se hincha como un globo, y al soltar el aire por la boca se deshincha despacio. Con los adolescentes se pueden introducir secuencias como inhalar cuatro segundos, mantener el aire unos instantes y exhalar contando hasta siete u ocho.

La relajación muscular progresiva consiste en tensar y relajar distintos grupos musculares, notando la diferencia entre tensión y descanso. También resulta útil la visualización guiada, invitando al niño a imaginar un lugar seguro y tranquilo con todos los detalles posibles. Pequeños ejercicios de mindfulness, como fijarse durante un minuto en cinco cosas que ve, cuatro que oye, tres que toca, dos que huele y una que saborea, ayudan a anclar la mente al presente. Todas estas técnicas reducen la activación fisiológica y pueden practicarse incluso en el aula de forma discreta.

Reestructuración cognitiva adaptada a su edad

La ansiedad suele ir acompañada de pensamientos negativos automáticos. Frases internas como «voy a suspender seguro», «todos me odian» o «no puedo hacerlo» se repiten sin ser cuestionadas. Un primer paso es ayudar al niño a identificarlas, escribiéndolas o contándolas en voz alta.

Después se trata de hacer preguntas que las pongan a prueba. Por ejemplo: «¿siempre ha pasado así?», «¿hay alguna vez en la que te haya salido bien?», «¿dirías lo mismo de tu mejor amigo si estuviera en tu lugar?». A partir de ahí se pueden reformular esas ideas en términos más realistas, como «no sé qué nota sacaré, pero he estudiado y haré lo que pueda» o «no caigo bien a todo el mundo, pero sí tengo personas que me aprecian».

Una herramienta sencilla es la técnica de los tres círculos: en uno se escribe lo que está bajo mi control (estudiar, pedir ayuda, descansar), en otro lo que puedo influir (el ambiente de estudio, las relaciones) y en un tercero lo que no depende de mí (las reacciones de los demás, la dificultad exacta del examen). Adaptar el lenguaje y los ejemplos a la edad del niño hace que esta reestructuración cognitiva sea más comprensible y aplicable.

Organización del tiempo y técnicas de estudio efectivas

Sentir que el estudio es un caos aumenta el nerviosismo escolar. Por eso, enseñar a organizar el tiempo es también una forma de reducir la ansiedad. Se pueden usar agendas visuales, calendarios o aplicaciones sencillas para anotar tareas, exámenes y fechas importantes, de modo que no se acumulen sorpresas de última hora.

Dividir las tareas grandes en partes más pequeñas hace que resulten menos abrumadoras. A algunos estudiantes les ayuda pensar que un trabajo complicado es como «comer un elefante a trocitos», paso a paso. La técnica Pomodoro adaptada (periodos cortos de estudio concentrado, de unos veinte minutos, seguidos de pequeños descansos) suele funcionar muy bien para mantener la atención.

Tener un espacio de estudio ordenado y con pocas distracciones también favorece la concentración. Cuando el niño o adolescente siente que tiene cierta organización y control sobre su trabajo, disminuye la ansiedad anticipatoria y aumenta la sensación de eficacia.

Desarrollo de habilidades sociales y comunicación asertiva

En muchos casos, la ansiedad escolar está muy ligada a la ansiedad social. Por eso es tan importante colaborar en el desarrollo de habilidades para relacionarse de forma segura. Aprender a expresar necesidades con claridad, como pedir ayuda a un profesor cuando algo no se entiende o decir a un compañero que algo le ha molestado, es un paso clave.

Las técnicas de asertividad ayudan a decir «no» sin sentirse culpable, a defender los propios derechos respetando a los demás y a plantear desacuerdos sin entrar en ataques. También es útil practicar formas constructivas de resolver conflictos, buscando acuerdos donde ambas partes ganen algo. Fomentar las relaciones positivas con aquellos compañeros que le tratan bien y le apoyan crea una red de seguridad que amortigua el impacto del estrés escolar.

Cuándo buscar ayuda profesional y a qué profesionales debemos acudir

Aunque la familia y la escuela pueden hacer mucho, hay momentos en los que la ansiedad escolar sobrepasa sus recursos. Conviene plantearse buscar ayuda profesional cuando los síntomas son intensos, se mantienen durante varias semanas, afectan claramente al rendimiento, al sueño, al apetito o a las relaciones, o cuando aparece un rechazo escolar muy marcado. La presencia de ideas de hacerse daño, de consumo de sustancias o de síntomas depresivos importantes es siempre una señal de alarma.

Algunas situaciones en las que es recomendable pedir ayuda son:

  • El niño se niega a ir al colegio de forma repetida y el conflicto en casa es diario.
  • Los síntomas físicos (dolores, mareos, vómitos) son frecuentes y las revisiones médicas no encuentran causa orgánica.
  • Hay cambios bruscos en el carácter, aislamiento social o pérdida de intereses.
  • Existen antecedentes de acoso escolar o de otros problemas de salud mental.

Los psicólogos clínicos infantojuveniles son los profesionales de referencia para la evaluación detallada y la intervención psicológica. Suelen trabajar con enfoques como la terapia cognitivo-conductual, que incluye psicoeducación, técnicas de exposición gradual al colegio, manejo de pensamientos y entrenamiento en habilidades de afrontamiento. En casos más graves o cuando hay dudas diagnósticas, los psiquiatras infantiles valoran si es necesario un apoyo farmacológico temporal.

Dentro del propio centro, los orientadores escolares y el equipo de orientación son una primera línea de detección y acompañamiento, y pueden coordinarse con recursos externos. A veces también se requiere la participación de neuropsicólogos o terapeutas ocupacionales cuando existen dificultades cognitivas o sensoriales asociadas. En Granada existen recursos tanto públicos (centros de salud mental infantojuvenil) como privados y asociaciones especializadas. El mejor pronóstico se da cuando se combina este apoyo profesional con una colaboración estrecha entre familia y escuela; en Juan XXIII Chana nos implicamos en esa coordinación siempre que la familia lo necesita.

Conclusión: construyendo juntos un entorno escolar más saludable

La ansiedad escolar no es una rareza ni un tema menor. Es una realidad frecuente que puede provocar mucho sufrimiento, pero que también se puede abordar con éxito cuando se reconoce y se acompaña a tiempo. Entender sus síntomas, sus causas y su impacto nos permite pasar de la preocupación difusa a la acción concreta.

Desde Juan XXIII Chana creemos firmemente que la respuesta pasa por unir fuerzas. Cuando familia, escuela y profesionales miran en la misma dirección, el niño se siente sostenido y la ansiedad pierde parte de su fuerza. Nuestro compromiso es seguir construyendo un colegio que cuide tanto de la mente como del corazón, donde cada alumno pueda aprender a su ritmo, sentirse seguro y pedir ayuda sin miedo.

Si al leer este texto has reconocido a tu hijo en alguna de estas líneas, el siguiente paso puede ser tan sencillo como pedir una cita con el tutor, acercarte al equipo de orientación o comentar en casa cómo se siente con el colegio. No hay fórmulas mágicas, pero sí muchos pequeños gestos que, sumados, marcan una gran diferencia. Y en ese camino, desde nuestro centro concertado en Granada queremos seguir siendo ese lugar donde las familias sienten que no solo dejan a sus hijos para que aprendan, sino para que crezcan, se sientan acompañados y cuiden su bienestar emocional cada día.

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