¿Alguna vez os habéis parado a pensar qué nos mueve a aprender algo nuevo, a participar en clase o a ayudar a un compañero? Detrás de todas estas acciones se encuentra la motivación, un motor esencial en nuestras vidas y, de manera muy especial, en la etapa escolar. Conocer los diferentes tipos de motivación y cómo influyen en el proceso de aprendizaje es clave para alumnos, familias y educadores. Por eso, desde el colegio en Granada Juan XXIII Chana os hemos preparado este artículo donde exploraremos juntos este concepto, ofreciendo ejemplos prácticos que os ayudarán a entender mejor su impacto en el ámbito educativo.
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En esencia, la motivación es esa chispa o impulso interno que nos pone en movimiento para alcanzar un objetivo o satisfacer una necesidad; es lo que inicia, dirige y mantiene nuestra conducta. Pensad en ella como la energía que nos ayuda a emprender tareas, desde las más sencillas hasta los retos más complejos.
Aunque esta es una forma sencilla de entenderla, es importante saber que existen diferentes definiciones y enfoques sobre qué es exactamente la motivación, dependiendo de la teoría psicológica que la estudie. Más adelante, en este mismo artículo, exploraremos algunas de las teorías de la motivación más influyentes para tener una visión más completa.
Ahora que ya tenemos una idea general de qué es la motivación, vamos a adentrarnos en las clasificaciones más importantes que nos ayudarán a entenderla mejor en el contexto educativo.
Esta es una de las distinciones más conocidas y se centra en el origen del estímulo que nos mueve a actuar: ¿proviene de nuestro interior o de factores externos?
Imaginemos a un alumno que se queda después de clase para ayudar a montar el escenario de la obra de teatro del colegio simplemente porque le encanta el teatro y disfruta colaborando; eso sería un claro ejemplo de motivación intrínseca.
Por otro lado, si un estudiante se esfuerza mucho en un proyecto específico principalmente para obtener la máxima calificación y así conseguir el permiso de sus padres para ir a una excursión, estaríamos hablando de motivación extrínseca, ya que el motor principal es la recompensa externa.
Otra forma fundamental de clasificar la motivación se basa en la naturaleza de la consecuencia que buscamos obtener o evitar con nuestra conducta, es decir, la carga emocional que la acompaña.
Imaginemos, por ejemplo, que nosotros como alumnos estudiamos con entusiasmo para un examen porque nos ilusiona la idea de sacar una buena nota y sentirnos orgullosos de nuestro esfuerzo. Esto sería un ejemplo de motivación positiva.
En cambio, si estudiamos principalmente para evitar el disgusto de nuestros padres o el tener que repetir el examen, nuestra motivación sería de tipo negativa, ya que el foco está en eludir una situación que no deseamos.
Esta clasificación atiende principalmente a si las consecuencias de nuestro comportamiento repercuten directamente en nuestras necesidades individuales y básicas, o si, por el contrario, el bienestar se busca a través de la interacción y el reconocimiento de los demás.
Imaginemos que un alumno se esfuerza por terminar rápido sus tareas para poder salir al recreo y jugar (motivación primaria), ya que busca satisfacer su necesidad de descanso y juego.
Por otro lado, si ese mismo alumno o un compañero se presenta voluntario para liderar un proyecto de grupo porque desea ganarse el respeto y la admiración de sus compañeros y del profesor (motivación secundaria o social), vemos cómo el motor es la búsqueda de un reconocimiento dentro de su entorno social.
Esta distinción se centra en la estabilidad y el alcance temporal de nuestros intereses y compromisos, diferenciando entre aquello que nos impulsa de forma general y a largo plazo, frente a lo que nos motiva en el día a día. Aunque a menudo se usa en el contexto deportivo, podemos adaptarla perfectamente al ámbito educativo.
Imaginemos que nosotros, como estudiantes, tenemos una fuerte motivación básica por la ciencia porque soñamos con ser investigadores en el futuro. Este es un compromiso a largo plazo que guía muchas de nuestras decisiones académicas.
A la vez, podemos experimentar motivación cotidiana cuando participamos con entusiasmo en un experimento de laboratorio en clase de química, disfrutando del proceso y de los descubrimientos inmediatos que este nos ofrece, independientemente de ese gran objetivo final.
Ambas motivaciones, la básica y la cotidiana, pueden y suelen coexistir.
Además de las grandes clasificaciones que hemos visto, existen otras formas de entender qué nos impulsa, cada una con sus matices particulares. Conocerlas nos puede dar una visión aún más rica de este complejo motor del comportamiento. Veamos algunas de ellas:
A lo largo de la historia, muchos pensadores y psicólogos han intentado desentrañar los misterios de la motivación humana, dando lugar a diversas teorías que nos ofrecen diferentes perspectivas. Aunque ninguna teoría lo explica todo por sí sola, conocer algunas de las más importantes nos ayudará a tener una comprensión más profunda de por qué hacemos lo que hacemos, tanto dentro como fuera del aula. ¡Vamos a explorar algunas de ellas!
Seguro que muchos habéis oído hablar de la Pirámide de Maslow (Maslow, 1942). Este psicólogo, Abraham Maslow, propuso que los seres humanos tenemos una serie de necesidades jerarquizadas, y que vamos buscando satisfacerlas en un orden determinado, desde las más básicas hasta las más elevadas. En la base de la pirámide encontraríamos las necesidades fisiológicas (como comer o descansar). Una vez cubiertas estas, buscamos satisfacer las de seguridad (sentirnos seguros y protegidos). Luego vienen las de afiliación (la necesidad de amistad, afecto y pertenencia, tan importantes en el entorno escolar).
Más arriba, encontramos las necesidades de reconocimiento (logro, confianza, respeto de los demás) y, en la cima de la pirámide, la autorrealización (el deseo de desarrollar todo nuestro potencial, ser creativos y alcanzar nuestras metas personales más profundas). Según Maslow, solo cuando tenemos razonablemente satisfechas las necesidades de un nivel, empezamos a sentir con fuerza el impulso de satisfacer las del siguiente. En el colegio, por ejemplo, es difícil que un alumno se preocupe por aprender (autorrealización) si no se siente seguro (seguridad) o aceptado por sus compañeros (afiliación).
David McClelland, en su libro The Achieving Society, identificó tres tipos principales de necesidades o motivos que impulsan a las personas: la necesidad de logro, la necesidad de poder y la necesidad de afiliación. A diferencia de Maslow, McClelland no las considera jerárquicas, sino que cree que todas las personas tenemos estas tres necesidades en mayor o menor grado, y que una de ellas suele ser la dominante en cada individuo, influyendo en su comportamiento.
La necesidad de logro nos impulsa a superar retos, a buscar la excelencia y el éxito en lo que hacemos; es el alumno que se esfuerza por sacar las mejores notas por la satisfacción de haberlo hecho bien. La necesidad de poder se relaciona con el deseo de influir en los demás, de liderar o de ser reconocido; pensad en el estudiante que disfruta organizando al grupo o exponiendo sus ideas. Finalmente, la necesidad de afiliación nos lleva a buscar relaciones interpersonales cercanas y amistosas, a sentirnos parte de un grupo y a colaborar; es el compañero que siempre está dispuesto a trabajar en equipo y a ayudar a los demás. Identificar cuál de estas necesidades predomina en vosotros o en vuestros compañeros puede ayudar a entender mejor qué os motiva.
Frederick Herzberg, centrándose principalmente en el ámbito laboral (aunque podemos extraer lecciones para el escolar), desarrolló la Teoría de los Dos Factores o Teoría de la Motivación e Higiene. Herzberg distinguió entre dos tipos de factores que influyen en nuestra satisfacción y motivación. Por un lado, están los factores de higiene, que son aquellos cuya ausencia causa insatisfacción, pero cuya presencia no necesariamente motiva a largo plazo. En el colegio, podríamos pensar en un ambiente físico seguro y agradable, unas normas claras o unas relaciones respetuosas con los profesores; si faltan, nos sentiremos mal, pero tenerlos solo evita la insatisfacción.
Por otro lado, están los factores de motivación (o motivadores), que son los que realmente aumentan la satisfacción y el compromiso. Estos se relacionan con el contenido del trabajo o la tarea en sí: el reconocimiento por un buen trabajo, la posibilidad de aprender y crecer, la responsabilidad, o realizar tareas que consideremos interesantes y que nos permitan desarrollarnos. En el aula, serían actividades que supongan un reto estimulante, proyectos donde podáis ver el impacto de vuestro esfuerzo o el reconocimiento por vuestros logros y creatividad. Según Herzberg, para estar realmente motivados, no basta con que no haya insatisfacción, necesitamos que estén presentes estos factores motivadores.
Douglas McGregor propuso dos visiones contrapuestas sobre la naturaleza humana en relación con el trabajo, que también tienen mucho que decirnos sobre cómo entendemos la motivación en el aprendizaje. La Teoría X parte de la idea de que a las personas, en general, les disgusta el trabajo (o el estudio, en nuestro caso), lo evitan siempre que pueden y necesitan ser controladas, dirigidas e incluso amenazadas con castigos para que se esfuercen. Según esta visión, las personas prefieren ser dirigidas, evitan la responsabilidad, tienen poca ambición y buscan la seguridad por encima de todo.
En contraposición, la Teoría Y sostiene una visión mucho más optimista. Defiende que el esfuerzo físico y mental en el trabajo (o el estudio) es tan natural como jugar o descansar. Las personas pueden ejercer autodirección y autocontrol si están comprometidas con los objetivos. Además, en las condiciones adecuadas, no solo aceptan, sino que buscan responsabilidades. La capacidad de ejercer un grado relativamente alto de imaginación, ingenio y creatividad en la solución de problemas está ampliamente distribuida en la población. En un colegio que se inspira en la Teoría Y, se fomenta la autonomía, la participación y la confianza en la capacidad de los alumnos para aprender y asumir responsabilidades.
Como hemos visto a lo largo de este extenso artículo, la motivación es una fuerza increíblemente poderosa y multifacética que impulsa nuestro aprendizaje y nuestras acciones. Entender los diferentes tipos de motivación y las teorías que intentan explicarla nos ofrece herramientas valiosísimas para que vosotros, como alumnos, encontréis vuestros propios motores internos, y para que nosotros, como educadores y familias, podamos crear entornos que la fomenten.
En Juan XXIII Chana, somos conscientes de la importancia crucial de la motivación en el desarrollo integral de cada estudiante. Por ello, trabajamos día a día para cultivar un ambiente donde la curiosidad, el deseo de aprender, el reconocimiento del esfuerzo y la satisfacción por el trabajo bien hecho sean los verdaderos protagonistas del viaje educativo.
¡Esperamos que este artículo os haya ayudado a comprender mejor esta pieza clave del éxito y del bienestar!